Por Ramón Cabrera Salort
“Lucha tenaz entre el fuego y las piedras”
José Lezama Lima
“rompiendo a fuego su zozobra”
Roberto Friol
Ernesto Benítez ha iniciado un viaje, desde su exposición “La luz del cuerpo” que remite directamente al titulo de una de sus obras en la presente muestra: al intentar develar el misterio del vivir. Pretende que el artista recupere los sortilegios del oficiante, de quien se comunica con las fuerzas invisibles y al final revela cual ha de ser el camino a recorrer. Ya una vez en el camino, en la vida, caminando, viviendo: obra. El obrar también se manifiesta como el ser y en este obrar y en este ser, el artista halla el camino de Dios. Un dios de personales resonancias no sujeto a religión alguna, acaso, a una religión de lo humano de raíces antroposóficas, como el que hallo Beuys en Steiner[1]. La fuerza de sus referentes esta en lo conceptual.
Las dieciocho obras que integran la exposición “En el camino”, operan como estancias reflexivas de un vivir que transcurre desde “Para rasgar el velo del arcano”, Hasta “Para desaparecer”. Ese discurrir que se inicia con el misterio que entraña toda existencia hasta la muerte, viaje de otro inicio, traza el recorrido visual que nos propone Ernesto Benítez. Cada una de las obras es en si una reflexión y una incantación con valor por si misma y a la par es parte de un todo de mayor alcance: los hitos de un camino. Nos referimos a reflexión e incantación, porque en su obra sentimos la ascensión a un conocer y el ruego, la petición final que le acompaña. De ese fervor que construye su razón crecen las creaciones que hoy se exhiben.
El artista articula su discurso ritual con una parquedad de medios y formatos que alude a la sustancia germinal de lo vivo en escasos elementos, a la manera en que argumentaron la composición del mundo los filósofos de la naturaleza de la antigua Grecia. De otra parte esa controlada y reducida gama de materiales con que concibe sus obras, la misma reiteración de dos tipos de medidas para sus obras: 75 x 55 cm., en el formato vertical y su contrario en el horizontal, se adscriben al dictado de lo ritual, a la medida que pauta la ceremonia. ¿No fue así desde los mismos albores del hombre?, ¿Qué era sino la “cuadra mágica”, espacio imantado, sacralizado?. Solo que ahora el ceremonial es edificado por el propio artista, construido desde la reflexión y la cultura, mas quizá con idéntico pavor existencial ante la endebles del hombre.
De la persistencia en el empleo de la ceniza hay muestras en anteriores obras suyas; las que reúne en esta exposición hacen de la ceniza y en carbón vegetal sobre cartulina, las sustancias con que el artista construye su ruego, su meditación: obra. La naturaleza de las materias mismas con las que crea, su directa relación con lo natural y su devenir -el ser la ceniza el resultado transmutativo, el resultado de un cambio al fin detenido, estatizado- responden a las intenciones del artista devenido “veedor”, el elegido del grupo.
El plano de sus obras funciona como el tablero en el que el adivino echa a correr imágenes para saber cual será el camino, hacia donde marchamos… Pero la sustancia mágica de esta obra no se afilia directamente, como se ha hecho frecuentemente en décadas recientes a una de nuestras raíces étnicas, evidencia de una identidad, en muchas ocasiones, exteriorista, sino mas bien a un universo mágico de lo humano. Si observamos detenidamente cada una de las dieciocho obras que integran la exposición, será posible comprobar esto.
La insistente sencillez de sus imágenes y sus sentidos: La silueta de una mano (evidencia de un camino), perfiles de rostros (inquietante pregunta), una espiga/sexo (lo fecundante, lo naciente), cuchillos, tijeras (lo punzante, lo sacrificial)…, alude a los enigmas del vivir y a su persistente vigencia. Desde un fondo desleído emergen sus figuras, chorreantes muchas veces ellas mismas, y sin separarse de él se marchan. Así en enumeración se suceden obras como “Nacimiento de hombre”, Semilla de Luz”, “Puerta del espíritu”, “Ascender a las profundidades”. En otras la línea de contorno engrosa irregularidades,
-¿acaso un temblor?- La lectura rinde sus primeras evidencias en esa figuración y luego abre recónditas conjeturas desde el espacio en que levitan, un impreciso e infinito ambital: lo que gravita es la ausencia de respuesta. Vuelvan a verse las imágenes del hombre desde lo más recóndito, podemos empezar.
[1] Con palabras de Steiner: “Se pueden hacer surgir de las profundidades de la naturaleza humana poderes de conocimiento, gracias a los cuales resulta posible seguir al ser humano en su evolución, al ser humano en general: cuerpo, alma y espíritu”.
(*) Publicada en el catalogo de la exposición “En el Camino”, Galería Espacio Abierto (Revista Revolución y Cultura). Junio del 2000