Por Ramón Cabrera Salort
(A propósito de dos exposiciones de Ernesto Benítez)
Lezama Lima en su “Preludio a las eras imaginarias” alude a Roger Bacon y su experimenti sortes y de tal suerte, de tal sortilegio, la causalidad como sorpresa, el experimentar el azar. Viene así a nosotros una causalidad de nexos invisibles, no sucesivos. Esta causalidad manifiesta sus evidencias en la obra del joven artista Ernesto Benítez, expuesta recientemente en dos galerías habaneras en un suceder de sortilegio: “El dolor es la vida”, en la galería de Luz y Oficios, en el mes de mayo, y “En el camino”, en la galería de la revista Revolución y Cultura, en junio. La direccionalidad de esta causalidad dará sentido a la personal propuesta del artista, inscrita en los ámbitos de la restauración de lo mito-poético, desde el repertorio visual contemporáneo de lo etnográfico y lo antropológico.
Ernesto es un joven artista que desde mediados de los 90’s viene construyendo una sólida propuesta visual asentada en preocupaciones ontológicas humanas de sesgo universal. Lejanas, muy lejanas en el tiempo y el espíritu se hallan sus iniciales incursiones como parte del grupo “Arte Calle”, en su etapa estudiantil en la Academia San Alejandro. De las cenizas de aquellas corrosivas acciones plásticas lo que ha quedado es la lección de que el artista ha de ir (como en un sacerdocio), a la búsqueda de valores que puedan constituirse en los puntos cardinales más profundos y trascendentales del hombre.
La exposición “La luz del cuerpo” que realizó en 1998, en la Galería L, constituye el referente más inmediato que podamos citar en relación con su actual producción plástica. Ya en aquella ocasión obras como “Armas de reconquista”, “Mi otra mitad”, “Corazón suspendido” y otras aluden tanto temática como materialmente a lo que hoy constituye su obra. La imagen del ala en “Mi otra mitad”, la del cuchillo en “Armas de reconquista”, ambas son referentes recurrentes a lo espiritual y alígero la una y al sacrificio, la otra; de igual modo, el empleo de recursos dibujísticos que apenas bocetan el silueteado de las imágenes. Su siguiente exposición personal “Para rasgar el velo del arcano”, en 1999, continuará esta dirección ideotemática que acabará obteniendo, con las dos últimas exposiciones, una solidez propositiva singular en el ámbito de la plástica joven cubana que inicia el nuevo siglo, en la medida en que construye su imaginario desde una poética reflexiva del yo, consciente de sí, de su finalidad y de los recursos plásticos que empleará en consecuencia.
Los materiales con los que Ernesto cristaliza sus propuestas en las dos últimas exposiciones aludidas, son de una estricta y monótona reiteración: carbón vegetal; ceniza; acrílico sobre cartulina para sus piezas bidimensionales (galería de Revolución y Cultura) y en sus obras tridimensionales (algunas de ellas instalaciones) madera; hierro; carbón vegetal; sal y azufre (galería de Luz y Oficios). De la enumeración saltan a la vista materiales propios del proceder alquímico y de su conceptualización en la que se borraba la distinción entre el mundo de lo animado y lo inanimado y en la que un principio de transmutación ponía en evidencia la presencia de cualidades de las que participaban todo lo existente. Sus piezas recurren, tanto en el proceso de su realización plástica como en sus resultados, a idéntico paradigma de indeterminación entre lo inanimado y lo animado. Así tanto la figura del cuchillo dibujado, como la del cuchillo esculpido corporeizan un sentido de sacrificio viviente, animado. Es así como en la obra de Ernesto el proceso de trabajo con los materiales se convierte en acto mágico, en potenciación ritual que luego han de exhibir las piezas. ¿Acaso desde la percepción del espectador no se invita a proseguir el ritual?
El artista actúa como el adepto, no obstante su juventud – el adepto será el alquimista que avanzado en conocimientos y sabiduría, vela por la pureza de su Obra -, al igual que él pretende, ante todo, el perfeccionamiento de sí mismo, y concibe que esto ha de ser posible solo en el fermento mismo de la realización de su obra, por su medio. Intenta, de este modo, que el proceso de su creación reviva los poderes que tuvo la producción simbólica en sociedades ágrafas o tradicionales y ser él aquel chamán que reunía en sí la comunicación con todo lo existente, visible o invisible. Por ello en “Misteriosa cópula” reunirá como un demiurgo el principio de lo masculino y lo femenino (eslabones dibujados sobre una de las caras en la hoja del cuchillo, en su reverso lo naciente: la espiga), cuchillo que hiende un triángulo de sal. La sal es el principio alquímico de lo femenino y lo masculino, cruce de lo activo y lo pasivo. Esa intención de volver el artista a recobrar un estatus y una función definitivamente perdidos, como ejemplarmente se observa en un Beuys o en Hundertwasser, estará en cierta medida en las aspiraciones y en la obra que exhibe Ernesto en sus dos exposiciones.
Esa función restaurativa que se había evidenciado anteriormente en nuestra producción plástica en un Bedia o en un Juan Francisco Elso, pero en una dimensión más cercana a un imaginario africano o latinoamericano, asume en Ernesto elementos identitarios universales, ligados a una visión más propiamente teosófica. Como él mismo alude en una entrevista cuando admite que su obra participa de la religión como religión de la sabiduría, más directamente vinculada al conocimiento que a la fe o alcanzando esta última por operación del conocimiento actuante en el proceso y en la cristalización de su obra plástica.
Sus elementos identitarios presididos por el uso y la presencia constante de la ceniza, aluden a la luz y el fuego en el devenir resultante de esta. ¿La ceniza no conservará la historia de lo quemado? Con sus dos exposiciones se transita por la metáfora visualizada de la vida y de la muerte como su apertura, su trascendencia. Rememoremos una obra como “La puerta del espíritu”, donde desde un rostro en perfil arranca el dibujo de una espiral creciente que desborda el marco de la obra, en tanto en un segundo plano descansa la imagen de una guillotina con un fondo de cenizas desleídas, último plano que preside toda la serie del grupo expuesto en la galería de Revolución y Cultura. El mismo referente de la muerte aparecerá aludido en la guillotina, esta vez como instalación, en la exposición de Luz y Oficios. Ahí están los mitos y los ritos del hombre, por sobre todo cambio, la geografía constante y universal de lo humano.
Ramón Cabrera Salort
(Decano de la facultad de Artes Plásticas del Instituto Superior de Arte.)
A propósito de dos exposiciones de Ernesto Benítez exhibidas en Galería Espacio Abierto (Revista Revolución y Cultura), Consejo Nacional de las Artes Plásticas CNAP y en Galería Luz y Oficios (Centro Provincial de Artes Plásticas y Diseño)