Por Ernesto Benítez
He aquí otra parte del todo. Este todo blanco, contemporáneo. Blanca post-época y cultura en conservas que la absorbe entre blancas luces de neón y se erige sobre las negras ruinas del mercado de plazas, donde las creencias y representaciones son la blanquísima iconografía que imponen los blanco medios masivos con un “pop” como logotipo cultural y un vanguardismo como premisa. La blanca y trilogía realidad del ego, Dios y Jerónimo, consciente de su negra, lejana cercanía.
El tiempo está ahí, negro y como una atlántida metafísica en la que el hombre, condenado a ser libre lleva sobre sus espaldas el peso del mundo entero y de sí mismo como una cruz, en la que ha sido clavado. Luego resulta que Dios no escucha sus plegarias – cercanía perdida- y te aferras más al lodo que envuelve la cruz, porque ya no podeos confortaros en el Seño, ni en la potencia de su fortaleza y no podeos confortaros en el maíz que no crece ante las acechanzas del diablo, porque el diablo es el tiempo con plumas, soles, sandalias toscas y cristos metálicos incrustados en madera.
Ni cielo ni tierra; ni alfa ni omega. El blanco y el negro mundo de Bespusio con su barro, sus plumas, soles, sandalias toscas y cristos metálicos incrustados en madera. ¡Ah! …y muchos sacerdotes.
Marzo / 1994