Por Ernesto Benítez
I La existencia: El Yo como sendero
Todo hombre por el hecho mismo de serlo esta abierto a lo otro, lo desconocido y trascendente, ya se entienda como lo divino, una divinidad, una simple capacidad de proyección o lo que fuere; es un rasgo antropológico que lo define. Ese esfuerzo por comprender su condición humana; esa curiosidad natural, ya lo asumía Aristóteles, Todos los hombres desean por naturaleza conocer, lo arrastra a la “eterna pregunta”. Pues bien, de esa conciente apertura a que nos expone la propia existencia; de ese interactuar con el mundo a través de mi propia esencia reflejada –externada- en el y en la que cada ser humano –partiendo del principio conceptual de que el misterio verdadero es la existencia misma- estipula sus propias claves interpretativas nace, justamente, mi practica artística expandida hacia terrenos “otros” en sentido general y orientada hacia la descodificación e interpretación de los arcanos de la naturaleza a través de mí mismo como contenedor de sus gérmenes. En ese sentido, como ya he dicho, el proceso de creación esta estrechamente ligado a mi concepto de libertad, emanado a su vez de mi autorrealización espiritual y en la que el punto de partida es el libre ejercicio de mi experiencia interna en cuanto a una vocación introspectiva en primera instancia. De lo que se deduce que no pretende mi trabajo cubrir el extenso campo de los fenómenos humanos, sino que opera en ese para nada limitado sector de la vida que es accesible a nuestra experiencia individual y parte de la premisa de que el cuerpo humano es un microcosmos del universo e insiste en una relación originaria, intima y privada entre el hombre y Dios, en virtud de la cual puede este –el primero- ascender hacia los valores cosmogónicos. Desde luego que me refiero a un camino irrecorrible antes de convertirse el hombre en el camino mismo, un camino que al percibirse ya se esta en él y donde la finalidad y destino del viajero se convierten en su propio yo. Un camino en el que el filosofante deja de serlo únicamente para convertirse a su vez en el “objeto” filosofado.
II Mágnum Opus: La influencia alquimica.
No resulta difícil, pienso, percibir la definitoria pluralidad de presupuestos en la raíz de mi trabajo y lo cierto es que, concientemente –según las exigencias de la propuesta misma- o, como consecuencia de mi impronta personal (y mis susceptibilidades filosóficas y estéticas generales) mis presupuestos rectores no reducen su horizonte a una especifica tradición cultural o de pensamiento, e incluye decisivamente -entre otros- el autoconocimiento tropologizado en la Magna Obra de los alquimistas, en cuya propuesta muchos contemporáneos –y la contemporaneidad misma- concordarían en que no hay sino un objeto que es el de transmutar en oro puro los metales groseros. Sin embargo más allá de esta interpretación me influye de ella su insignificado simbólico, el puramente psíquico, espiritual y trascendente, pues en su aspecto superior propone la regeneración el Hombre Espiritual como un ejercicio del mágico poder de su libre voluntad; una sublime posibilidad que se halla enraizada en el interior de todo ser humano y que solo puede brotar con el mas intenso esfuerzo personal y no conlleva sino a una aproximación de la “verdad” en el plano espiritual. Verdad que ha de hallar cada individuo por si mismo y en si mismo con arreglo a su capacidad; verdad que solo devela de sí aquella parte susceptible de ser asimilada por cada uno de nosotros. Adquieren entonces suma importancia ciertos presupuestos como manifestación ética que sostienen en su base toda la propuesta.
Esta interrelación simbólica con procedimientos y la finalidad misma de la Alquimia se funden en mi propuesta con mis más esenciales necesidades expresivas y de conocimiento a la vez que con mis más concientes temores personales e incertidumbres.
III Del fuego y lo quemado: Mutatis Mutandis.
Si en el universo toda cosa es expresión de su propio espíritu en este mi particular derrotero el principal artífice es el elemento ígneo, cuyo empleo y conceptualización no se limita aquí –como en muchas grandes culturas- a considerarlo como la puerta de lo sagrado; como un puente tendido entre el mundo de los vivos y lo desconocido sin límites. Mucho mas allá de esto, en mi propuesta artística la decisiva premisa de que para comprender y asumir la problemática existencial y Para rasgar el velo del arcano es preciso que haya siempre muerte y nuevo nacimiento a cada instante, encuentra su tropologización directa en la acción del fuego como agente de destrucción y renovación de toda sustancia material pues, ¿no se constituye en definitiva un ser en el acto mismo de consumirse para su renovación? (Bachelard).
Tanto el fuego como el hombre en sí mismo son fenómenos de esa índole y la filosofía que propongo comienza en el justo momento en que el filosofante deja de serlo únicamente para convertirse así también en el objeto filosofado; o sea, cuando arde con el fuego y se consume y se renueva. De esta manera la vida no es más que un gran fuego y su esencia permanece oculta mientras no se arda con ella y en tal caso la meditación conduce a la incandescencia como sólida unidad a partir de la cual el universo adquiere el destino del hombre “unificando su moralidad con la moralidad majestuosa del universo”. Se desprende de ello que aquí los procesos, las transformaciones y mutaciones son más importantes que el resultado final.
Entonces, así como ese poder especifico contenido en las cosas, las cenizas –principal material en mi trabajo- son asumidas no solo como contenedoras en si de las formas potenciales de los objetos quemados, sino y fundamentalmente como portadoras de sus esencias renovadas; una espontánea “efusión de vida”.
IV El símbolo y la representación simbólica:
El lenguaje del arte, como sistema de códigos portadores de determinada ideología estética constituye factor determinativo de la obra artística; más aun, constituye en sí mismo el problema fundamental del arte: el acceso a su lenguaje.
Desde el paso del pensamiento mágico al mítico se presupone que la realidad es accesible y el orden dado por la propia realidad deja de ser únicamente modelo para su reproducción. En este caso la representación accede a la realidad y supuestamente la sustituye, ordena y fija e implica, de hecho, elementos externos que le aportan autonomía a medida que adquiere valor simbólico. El pensamiento simbólico como se sabe reside en la capacidad del hombre de originar y dotar de significado una cosa, hecho o fenómeno y correspondientemente de apreciar y captar tal significado. En tal sentido, se sabe, el símbolo es una especie de signo cuya principal característica reside internamente en la estrecha relación que existe entre simbolizante y simbolizado y su carácter dramático se acentúa precisamente por su ambivalencia; por la capacidad de expresar simultáneamente los varios aspectos de la idea que expresa. Así, mi practica artística que asume como lenguaje el discurso simbólico queda concientemente abierta al infinito de todos los posibles permaneciendo inevitablemente inaccesible a la fría objetividad del pensamiento racional y lógico que no pueden comprender mas que aquellos fenómenos que se hallan fuera y libres de contradicciones y que poseen verdades consistentes. Y es que por vía de lo simbólico y lo metafórico, mediante una reducción de los elementos no-esenciales que la puedan sugerir y realizadas con materiales que constituyen puros componentes ideológicos esta propuesta esta sometida al absurdo esencial de la existencia y evoca realidades espirituales restaurando a su vez la identidad universal del hombre por encima de cualquier diferencia cultural.
No intenta mi praxis artística legitimar sistema o practica litúrgica alguna, sino que se apoya en una apertura hacia el fundamento religioso que trasciende cualquier mero intento hierográfico y se erige en un camino de autorrecuperación, autodescubrimiento y reconquista; posición en la que como Heraclito podría resumir mi trabajo en muy breves palabras: me he buscado a mí mismo.
Publicado en el catalogo de la exposición El dolor es la Vida realizada en la galería Luz y Oficios (Centro Provincial de Artes Plásticas y Diseño), La Habana. Junio del 2000