Por Yolanda Wood
La contradicción es esencial en la antigua historia de las antinomias. Un concepto que nos remite a la Grecia de los grandes pensadores, y a la lógica de saberes y conocimientos que no ignoraban la enorme significación de los juicios contrapuestos. La obra reciente de Ernesto Benítez no desconoce ninguno de estos fundamentos, mas bien -antigüedad aparte- se apropia de ellos como transito necesario para el redescubrimiento de la verdad desde nosotros mismos.
En ese sentido, la muestra presentada en la Galería Luis de Soto de la Facultad de Artes y Letras resulto de sumo interés, aunque fue de lamentar el poco tiempo que permaneció la exposición. La integraban un total de dieciocho piezas, todas de igual formato, todas en idéntica alineación sobre el muro, todas en una gama de colores neutros y homogéneos. Nada era casual. La galería se lleno de pupitres colocados uno frente a cada dibujo. El resultado era una obra junto a otra y ante cada una de ellas el lugar que aguardaba al espectador.
Las antinomias de Ernesto se manifiestan en términos semánticos como paradojas que el artista construye conscientemente y como testimonio de una voluntad indagatoria y reflexiva sobre el hombre y su existencia. No escapan al creador las amplias posibilidades cognitivas que encierran las antinomias como vía para explorarse a sí mismo a la propia realidad. De ahí que esa noción instalativa que acompaña los dibujos en el montaje expositivo, inserte ‹‹el pupitre›› como paradigma de la atención al saber y al silencio del conocimiento; con palabras de Ernesto, quería lograr un diseño museográfico que fuera ‹‹como una alegoría del aula en cuanto recinto de aprendizaje››.
Pero algo importante torna diferente esa aula metafórica de Ernesto. Los pupitres se disponen uno frente a cada dibujo en un dialogo frontal y unidireccional entre el objeto y el sujeto. En esa relación sin mediadores se nutre el conocimiento de una inmediatez provechosa y estimulante. El artista ha precisado al respecto: ‹‹la muestra propone como tesis central que la verdad en el plano espiritual no nos es ni podría ser relevada por un tercero››; al llegar a ella por un camino único y personal se amplían las capacidades constructivas y deconstructivas de la conciencia humana.
Esta dimensión filosófica y gnoseológica de la obra de Ernesto se sustento para otras múltiples dimensiones que sus piezas proponen tanto en aspectos éticos como estéticos. Los primeros se convierten en fundamento ontológico de toda su propuesta al proyectarse como búsqueda de un libre ejercicio de autorreconocimiento existencial del sujeto en lo individual y en lo colectivo. En cada obra coexisten una tesis y una antítesis que el autor equilibra con un balance estructural y visual encomiables. La capacidad enjuiciadora y la colocación de los contrapesos quedan a la subjetividad del receptor y sus sistemas de valores. Es una obra que promueve -necesariamente- el juicio critico y la intima percepción del individuo, que en el transito por la exposición no escapa a una reflexión espiritualizada que lo conduce a sí mismo.
Es fundamental en este aspecto la importancia que le brinda el autor a ciertas zonas del cuerpo humano, sobre todo a la cabeza y a las manos, expresiones de identidad y de contacto. La imagen del cuerpo superpuesta, o interpenetrada, por otros objetos o elementos como una vela, un reloj de arena o una guillotina, contribuyen a crear esas ambivalencias propias de las antinomias y esas contraposiciones implícitas en todas las paradojas. Los títulos, bien pensados y compuestos, amplían las posibilidades de penetrar la obra y sus interpretaciones. Ernesto se desenvuelve con soltura en estas imágenes sintéticas y originales con las que se trascienden todos los estados y se mezclan -con arbitraria reflexividad- lo humano y lo animal, la vida y la muerte, lo natural y lo artificial. En este sentido la presencia de los objetos funciona como un factor de connotaciones simbólicas. Se trata básicamente de cuchillos y tijeras, empleados como soportes agresivos o marcas de amputación; la muleta, prótesis de sujeción, y la balanza, atributo de equidad y equilibrio.
La obra Semilla de luz es un buen ejemplo de ese mundo sensorialmente metafórico de las antinomias de Ernesto. A la manera de perla en su caracol, una calavera ocupa el lugar del objeto precioso. Se trata de un vaciamiento provocador y un cambio de sentido que ilustra sobre la mágica sabiduría con la que pretende el artista redescubrir las verdades aceptadas y reconquistar la capacidad humana de llegar a la esencia de las cosas…, si esto fuera posible. Sin dudas los recursos visuales empleados por el artista contribuyen a la universalidad de su relato colocado en las aristas de un humanismo nada contemplativo. La uniformidad del formato empleado en toda la serie estandariza la escala del discurso y refuerza la homogeneidad y organicidad de la muestra. La similitud de la escala tonal en una gama de negros, grises y sepias, reduce toda la distracción expresiva hacia aspectos cromáticos.
La fuerza sintética de cada imagen y su propia capacidad enunciativa: cada obra resulta un pastiche por la labor integrativa de imágenes diversas que, en su coherente incoherencia, aumentan la ambigüedad discursiva. Habría que referirse también al empleo de una estructura compositiva de alto valor redundante en la que predomina la centralidad.
Pero sin dudas lo que quizás llamara mas fuertemente la atención del espectador es que, al leer las referencias que acompañan a cada obra, encontraran que están hechas con ceniza y carbón vegetal sobre cartulina. Se trata de otro elemento unificador de la serie y que el autor emplea como ‹‹tropologizacion directa en la acción del fuego como agente de destrucción y renovación, origen y fin de toda cosa material››. El carbón y las cenizas son ellos mismos la expresión dialogica de los opuestos, materia orgánica trasmutada por la acción del hombre sobre la naturaleza. Cada obra contiene así la comunicación del fuego como el poder oculto que propicia los cambios de estado, los tránsitos y las mutaciones.
Pero no se conforma Ernesto con estas cadenas de interconexiones que su obra establece con tantas zonas de la naturaleza y el espíritu. Casi al concluir nuestra conversación, me dice: ‹‹las cenizas que empleo en mis piezas proceden de incendios forestales››. Con esta frase todo volvía a empezar, pues en el contexto visual creado por el artista, las cenizas de los árboles ya inexistentes figuran como parte esencial de una poética regenerativa donde las permanentes antinomias de Ernesto resultan el subterfugio y el pretexto para la infinita exploración en las esencias humanas desde los misterios de lo telúrico y las paradojas de la propia existencia.
Yolanda Wood
Decana de la Facultad de Historia del Arte de la Universidad de la Habana. Critico de arte.
Publicada en ArteCubano, Revista de Artes Visuales. Consejo Nacional de las Artes Plásticas. La Habana, Cuba. Edición No. 2/2000. Pp 40-41